En la formación y
consolidación de estas desviaciones la
educación desempeña, por supuesto, un papel preponderante. <<“¿Cuándo se
escribirá un libro titulado padres problemáticos? –Nota, a este respeto,
Eustace Chesser--. Hoy oímos hablar mucho de niños problemáticos y gastamos
tiempo, trabajo y dinero en ayudarles; pero habríamos de dar un paso más y
llegar a la raíz del mal, identificando a los padres y educadores. >>
Nuestro tiempo ríe gustosamente de las historias edificantes
a base de muchachos que empiezan a maltratar animalitos y acaban con un
uniforme a rayas, pero los psicólogos saben muy en serio, por ejemplo, un joven
maniaco sexual detenido en Alemania, que
golpeaba de modo salvaje a sus víctimas, habría llegado a tales extremos a través
de las torturas inflingidas a los animales, torturas que le proporcionaban, como dice el mismo
<<sensaciones agradables, escalofríos
deliciosos>>. Con el paso del tiempo, ya no bastaban para
satisfacerlo los sufrimientos de los animales; entonces buscó el monstruoso placer en las muecas de dolor
de las mujeres a las que golpeaba, en sus alaridos, en su miedo.
Otra tendencia a la que los
padres deberían prestar particular atención es la que se revela, sobre todo en
los vástagos de las familias pudientes, habituados a tiranizar despiadadamente
a todos cuantos los rodean, no queremos afirmar que todo pequeño dictador
esté destinado a transformarse en un delincuente, pero podemos garantizar que si no se convierte en un desviado, no
llegara jamás a acallar por completo los estímulos de sadismo *4.
¿Cómo se combaten estos indeseables indicios? Desde
luego, no con las intimidaciones y los golpes, que no persuaden ni corrigen,
sino con una adecuada tarea de convencimiento, enseñando a los jóvenes el
respeto hacia la vida, en cualquier forma en la que se presente, el amor hacia
el prójimo, la bondad y la gentileza. Un pescozón oportuno no ha hecho nunca
mal a nadie, pero, ¡ay si se basa la educación en los pescozones! Podría
ocurrir que el muchacho continuamente castigado llegara a convertirse en un
rebelde incurable, o bien en un pobre masoquista 5*.
Los mejores psicólogos del mundo remacha este punto en toda
ocasión, tratando de inducir a los padres a abandonar la convicción de que los
<<sistemas duros>> valen para algo. No obstante, por desgracia,
muchos de aquellos a los que se dirigen los especialistas no actúan así por
convicción, sino porque son auténticos y verdaderos sádicos. Ello se desprenden
también de numerosísimas cartas dirigidas al diario Turinés La Stampa y al semanario
romano Cronaca, que pone sobre el tapete (por desgracia, con escasos
resultados) la candente cuestión. Basta citar dos de estas angustiosas misivas
para dar una idea de lo que la ocurre tras la respetable fachada de ciertas
familias:
<<Somos tres hermanas,
de dieciocho, diecinueve y veintiún años, y te escribimos a escondidas de
nuestros padres. Quisiéramos trabajar pero papá no quiere; quisiéramos salir
pero mamá no nos deja. Nos obligan a
hacer los trabajos de la casa, y luego géneros de punto para niños, destinados
al negocio que tiene una tea en Turín. Nunca vemos ni una lira. Basta una
desobediencia para que seamos castigadas, ya somos señoritas, pero vivimos peor
que las niñas, siempre con el temor de ser castigadas. Mamá no nos perdona
nunca y nos golpea sin compasión, y luego se lo explica a papá para que nos
castigue a su vez. Ayer mamá llego a casa con una ancha tabla de madera. Antes
de la noche la había estrenado con nosotras tres y ha sido terrible el mal que
nos ha hecho; no podemos ni sentarnos, y ella se ríe. No podemos más…>>


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