Sade tubo la osadía de mandar un ejemplar del libro al propio Napoleón Bonaparte, el cual por toda respuesta lo hizo detener pero no por la sátira de Zoloé, sino –oficialmente— por la inmoralidad de la segunda novela. La venganza del primer cónsul fue despiadada; el escritor fue llevado de prisión en prisión, sin sombra de un proceso para ser luego internado en un manicomio, en el que murió.
<<La posteridad –escribe
Lewinsohn— ha hecho del marqués de Sade un monstruo. Pero si se considera bien
su vida, nada hay que incline a incluirlo en la fila de los grandes delincuentes
sexuales. Excepto los dos feos episodios juveniles en París y en Marsella, no cometió
jamás –que sepamos— ninguna acción sádica.
Tal vez la extrema severidad
de la justicia le impidió cometerlas, pero en los pocos años de libertad no cometió
más crimen que el que otros escritores, antes y después de el, ejecutaron, o
sea, el de describir acciones sádicas. Era, simplemente, un pervertido de la
pluma. >>
El señor Leopold von Sacher-Masoch (de luyo linaje
Krafft-Ebing tomo, hacia finales del siglo pasado, el nombre de la perversión <<opuesta>>
parece, por el contrario, no tener nada que envidiar a los protagonistas de sus
relatos. <<en ellos –seguimos citando a Levinson—pinto, siempre con
nuevas variantes, esos particulares tipos de hombres que satisfacen su deseo
sexual haciéndose maltratar por las
mujeres. Las más famosas de éstas narraciones, Venus con abrigo de pieles, y el látigo pertenecen ya a los
requisitos fijos de la literatura masoquista.
El látigo es el instrumento de la
voluptuosidad; Las pieles, el “fetiche” del hombre, mientras en las primeras
novelas de Sacher-Masoch prevalece aún el elemento sádico. La brutalidad de las
mujeres en las sucesivas, la nota dominante es puramente masoquista: el
placer… consiste en el dolor físico que la amante inflinge al hombre a
bastonazos o latigazos y con torturas de toda índole. >>
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