Los juicios sobre estos son
divergentes: algunos los combaten furiosamente; otros (especialmente en
América) sostienen que ciertos escritos, ciertas representaciones constituyen
una utilísima válvula de escape. Nosotros no somos de este parecer, sobre la
base de innumerables observaciones hemos podido establecer que un carácter
fuerte puede afrontar determinados fragmentos y determinadas escenas sin sufrir
daño por los mismos estímulos.
Tomemos. Por ejemplo una
película en que eran presentadas escenas de mujeres sometidas a tortura. Por
dicha película al menos tres personas fueron inducidas en una gran ciudad a
cometer crímenes de naturaleza imaginable. De cien espectadores treinta y dos
admitieron haber sido impulsados a fantasías de carácter sado-masoquistas. Este
último fenómeno no es tan grave como podría parecer, ya que pequeños estímulos
para tales fantasías pueden recogerse por doquier, incluso de los pormenores de
una imagen inocente de por si. Esos tres
primeros casos preocupan: considérese que ni siquiera las películas catalogadas
por una Cervera crítica como <<abiertamente erótica>> han tenido
consecuencias de esta índole.
Tenemos finalmente, casos de
personas con lazos sentimentales en que el sadismo no se presenta
necesariamente con rasgos de una perversión sexual. Consideramos a los cónyuges
de dos pacientes (que llamaremos A y B) de un especialista y resumamos sus
declaraciones:
A: <<Mi marido se me
echa encima por cualquier pequeña distracción, ya porque dejé cocer ligeramente
más de la cuenta el asado; ya por que haya olvidado ponerle un botón en la
chaqueta, y no solo esto; parece como si buscara continuamente el más mínimo
fallo para regañarme: y que me humilla tanto delante de los niños como en
publico.>>
B: <<Mi esposo tiene siempre
que decir algo sobre muchísimas cosas. Además de ser celosísimo, no se limita a
hacerme observaciones, a criticarme, sino que se enzarza en una verdadera
discusión, tratando de convencerme de que su punto de vista es el justo. No
sirve de nada admitirlo por amor a la paz: también en este caso se enfurece, acusándome
de querer eludir el exagente de los hechos, y vuelve a la carga hasta crear una
tensión insoportable. >>
El marido de la paciente A
es, sin duda un sádico mental; el esposo de la paciente B, un sado-masoquista
mental, o sea, un individuo que goza
atormentado tanto a la persona querida como atormentadose a si mismo.
No sabemos si estas actitudes
han echado raíces en el campo sexual y hasta que punto lo han hecho. Lo cierto
es que el comportamiento de los responsables de estos ejemplos causó la rotura
de las relaciones con sus respectivos cónyuges y condujo a las mujeres,
victimas de trastornos nerviosos, a un psiquiatra. Las uniones con individuos
de esta índole acaban siempre en fracaso.
Por desgracia, en este
sentido son numerosos los matrimonios que se llevan mal: durante el noviazgo,
las desviaciones que acabamos de exponer si se traslucen, son consideradas, a
lo sumo, como un rasgo negativo de un carácter que creemos poder modificar.
El sadismo, el sado-masoquismo
(e incluso el masoquismo) mentales, son por el contrario muy difícil de
desarraigar; el que está afectado no llega a convencerse de que es un
anormal, que hay que curar tanto por el bien propio como por el de los demás.
Pruebe usted a hablarle de un
psicoanalista y se subirá por las paredes, como si le hubiera propuesto el
internamiento en un clínica para enfermos mentales; sin comprender que si
tuviese la voluntad de someterse a un tratamiento adecuado y colaborar con el especialista,
alcanzaría un serenidad y una confianza en si mismo jamás conocida y vería abrírsele,
incluso en el terreno del amor. Horizontes insospechados.
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