No hay placer que sea malo en sí mismo. Epicuro 341-270 a.c. Homo sum: humani nihil a me alienum puto

miércoles, 29 de diciembre de 2010

La actitud sumisa


A
rde en el pecho igual que fuego la necesidad de ceder el control dejándose arrastrar por una espiral de sensaciones físicas y mentales que calan hasta lo más hondo de nuestra mente dejando huella en nuestro ser. La sensación impúdica de sentirse despojado, a veces humillado, desnudo y, ¿por qué no decirlo?,  a veces maltratados, indefensos a merced del control ajeno y que a su vez esa sensación tan controvertida sea también calida y acogedora sintiéndonos protegidos, cuidados y guiados, sintiendo la necesidad de luchar con todas nuestras fuerzas, aunque eso signifique rendir las naves y abandonarnos, para de ese modo entregar  lo mejor de nosotros mismos, a cambio de sentir el propio placer en el placer ajeno.

El mágico momento de la entrega es el refugio donde hacemos un alto en nuestra vida, donde la mente se calla, donde podemos perdernos y descansar plácidamente en un estado de felicidad sin frustraciones, con el único peaje de ser obedientes y sumisos, a sabiendas de que cuanto más nos entreguemos más grande  será la recompensa.

Saborear mental y físicamente el cielo es tan potente aliciente que nos arrastra a perdernos de nuevo en la sensación de estar dominados disfrutando del recuerdo, reviviéndolo en todo momento incluso durante el sueño. Es ahí donde empieza de nuevo la angustia, la añoranza y el ansia, que trepa desde los pies arrastrándose pesadamente por la espalda hasta agarrarnos la mente, sintiéndonos desprotegidos, perdidos encerrados en un rincón húmedo y oscuro, acelerándose el pulso, la respiración pesada, abrasándonos nuevamente el pecho, esperando con ansia la voz del dominante que atraviesa totalmente nuestro ser liberándonos y  llevándonos de nuevo a ese lugar seguro que es nuestra entrega.